Fue un acto de magia. En ese botín de Eric Ramírez no estaba Ramírez. En esa escala que hizo la pelota en Sánchez Miño no hubo un desvío; más bien se trató de una genialidad, de una gambeta eterna del ídolo supremo. Si no, no se entiende. El partido se iba, el cero a cero estaba amurado con firmeza. Ya se consumía el tiempo agregado y ni Independiente ni Gimnasia encontraban la llave del desahogo. Hasta que ese tiro del final le salió a Ramírez. Y se derrumbaron los locales y se abrazaron hasta el cielo los visitantes con Maradona. Un final con un guión extraordinario para un partido que había sido decididamente de vuelo bajo.

